La fractura por estrés

22.11.2012
Written by: Super User
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La práctica de cualquier actividad deportiva de una manera continua como distracción recreacional y sobre todo, como hábito de salud, es beneficiosa para todos. Diferentes sucesos desgraciados en los últimos años en el mundo del fútbol avivados con la gran difusión mediática nos han puesto a todos los deportistas en alerta a cerca de la necesidad de realizarnos reconocimientos médicos deportivos y pruebas de esfuerzo para saber cuánto de riesgo tenemos para la práctica deportiva y en qué rangos de dicho esfuerzo debemos movernos para no tener ningún accidente que pueda ser irremediable.

Podología Preventiva

            Pero, ¿qué sucede con los pies? Afortunadamente la Podología cuenta cada vez con más adeptos en el mundo del deporte, tanto profesionales sanitarios que creen en ella, así como usuarios que sin saber muy bien cómo, estiman oportuna una corrección de su pisada para evitar males mayores.

            Es de vital importancia para el corredor conocer cuál es el tipo de pisada que tiene, dado que desórdenes en el traslado de cargas durante su marcha, bien sean andando, bien sean corriendo, pueden producir alteraciones en forma de dolor en el pie, desde fascitis plantares y talalgias, hasta sobrecargas de la región submetatarsal o tendinitis del tendón de Aquiles. Alteraciones que en el mejor de los casos no pasan de molestias puntuales tras la carrera y días posteriores, pero que en la mayoría de las veces empiezan a lastrar el ritmo de entrenamiento del usuario y a impedirle un ejercicio óptimo de su deporte dadas las molestias continuas que padece, cronificables y potencialmente incapacitantes en el tiempo.


            Hemos nombrado dos patologías representativas consecuentes a estos efectos de la mala pisada como son las fascitis plantares y las tendinitis , dado que son las más frecuentes y las mejor conocidas por los practicantes asiduos del running, pero existen otras patologías más graves y mucho menos conocidas en el mundo de la carrera continua, como las fracturas por estrés.


            Fracturas por Estrés

            Las fracturas por estrés son procesos de rotura del hueso por agotamiento o fatiga; a diferencia de las fracturas que todos conocemos, que se producen en el momento de un mecanismo lesivo externo que rompe la solución de continuidad del hueso, las fracturas por estrés suceden cuando un hueso está sometido durante mucho tiempo a procesos de fricción, tracción o carga repetidas. Estas fuerzas provocan una ruptura del equilibrio fisiológico existente en el hueso, de aposición y remodelación ósea (fase de neoformación y catalización ósea, respectivamente); el aumento de actividad muscular o de impacto contra el suelo hacen que el hueso responda con un proceso de remodelación e hipertrofia, pero hay una etapa transitoria de reabsorción ósea en la que el hueso es relativamente débil, se vuelve vulnerable a este tipo de fracturas debido al desequilibrio existente entre la resistencia ósea disminuida y el aumento de la fuerza muscular y/o las fuerzas reactivas del suelo en el momento del impacto contra el suelo.

            El tejido óseo es relativamente elástico pero anisotrópico, es decir, dependiendo de cómo sean las fuerzas que en él actúen, así será capaz de afrontarlas. Dichas fuerzas son tanto más soportables cuanto más paralelas sean a las líneas trabeculares que componen la médula del mismo. El colágeno ( 90% del tejido orgánico del hueso), determina la mayoría de las respuestas al estrés. Los cristales de hidroxiapatita de calcio constituyen el 8% del peso del hueso cortical, el cual debe interactuar con el colágeno no mineralizado.

            Cuando las condiciones externas o internas de carga no siguen parámetros “cómodos” para el hueso, se produce edema en la médula ósea, pero no por una rotura franca de la corteza (como en las fracturas normales); y esa es precisamente la imagen radiográfica más clara diagnóstica de este tipo de lesiones. En algunas ocasiones estas condiciones precisamente pueden venir motivadas por una mala pisada, un reparto de cargas alterado por la forma de un pie poco funcional para hacer deporte (como un pie cavo o un pie plano) que inducen a estas tensiones musculares anómalas y a una deficitaria absorción de impacto contra el suelo, que incluso es difícil de compensar con una mera zapatilla deportiva, dado que esta no se adapta a la anatomía concreta del pie del individuo.

            El periodo de reposo y consolidación ósea de esta fractura varía en torno a las 3-4 semanas, con un parón deportivo obligado para garantizar la correcta consolidación ósea y prevenir posibles episodios de necrosis postreras por una mala recuperación.

            Análisis

            La máxima de “más vale prevenir que curar” es aplicable en este aspecto y por ello un análisis biomecánico de la pisada así como un estricto control podológico personalizado del morfotipo del pie pueden evitar que esta fractura dé al traste con el entrenamiento de todo un año.

Profesor Rubén Sánchez Gómez. Podólogo. Rsc-Madrid/D. Roberto Rico Teixeira. Podólogo. Rsc-La Finca